Palabras en ocasión de la concesión de la Distinción como Profesor Emérito a José Agustín de Miguel López
Acostumbro a decir con inmodestia, por aquello de las dimensiones, que el campus de INTEC es como Chile: largo pero angosto. Por mucho tiempo, nada más y nada menos que la friolera de 40 años, nos acostumbramos a ver transitando por el campus a una figura cuasi quijotesca caminando inclinado de un lado, aunque sin cojera, con paso rápido como si estuviera tarde para una reunión.
Esa imagen, o más bien, fotograma, me recuerda la anécdota sobre Sócrates. Se cuenta que el filósofo griego se dejaba ver tan a menudo paseando por el mercado principal de Atenas que un día, uno de sus discípulos, no resistió el impulso de abordarle diciendo:
“Maestro, hemos aprendido con usted que todo sabio lleva una vida simple. Pero usted no tiene ni siquiera un par de zapatos”.
“Correcto”, respondió Sócrates.
El discípulo continuó: “Sin embargo, todos los días lo vemos en el mercado principal, admirando las mercancías, pero sin adquirir lo más mínimo. ¿Podríamos juntar algún dinero para que pueda comprarse algo?”
“Tengo todo lo que deseo -respondió Sócrates-, pero me encanta ir al mercado para descubrir que sigo siendo completamente feliz sin todo ese montón de cosas”.
Los intecianos de larga data saben ya que me estoy refiriendo a Jose Agustín de Miguel y López, quien por su caminar rápido se ganó el nombre de “corre caminos” y que, en lugar del mercado, su destino frecuente era la biblioteca, donde quiera que estuviera, al lado de la casa de Los Fundadores o en su lugar corazón actual. También gustaba del café, pues como recuerda doña Altagracia López, Iba tempranito a beber café a la Rectoria y ahí aprovechaba a revisar los libros, informes y materiales de divulgación que llegaban de manera que antes de que se enviaran a la biblioteca ya el conocía el contenido.
José Agustín fungía, así, como memoria viviente del IINTEC. Conocía en qué documento y de qué año estaban las informaciones relevantes de la vida académica y de la historia de INTEC. Por eso, como afirma Altagracia, muchos intecianos acudían a él cuando se necesita trabajar un tema porque o tenía o sabía dónde encontrar información.
Lo más importante es que José Agustín no ha sido nunca un documentalista, sin restar importancia a esa función. Los que le hemos conocido a lo largo de los años, sabemos de su capacidad crítica y su pensamiento independiente y cuestionador. Más aun, en mi opinión, la primera reacción de José Agustín, muy a menudo, era la de girar al contrario de lo que uno le planteaba, iniciándose un diálogo que se enriquecía por un debate intelectual que nunca se traducía, ni remotamente, a lo personal.
John Steinbeck, el Premio Nobel de Literatura, autor de la polémica novela “Las uvas de la ira”, tal vez hoy más que nunca actual y relevante, creía que “un gran maestro es un gran artista y hay tan pocos como hay grandes artistas”; “la enseñanza -agregaba él- puede ser el más grande de las artes ya que el medio es la mente y espíritu humanos”.
No quiero, ni por asomo, regatear la condición de maestro al profesor de Miguel, pero me apresuro a afirmar que lo era, hasta aproximarse a la condición de artista, porque en primerísimo lugar fue y es un maestro de sí mismo, siempre dispuesto a aprender, a indagar, a buscar, a seguir profundizando, contraponer las ideas, prácticas, la dialéctica en su sentido más clásico, el de procurar la verdad mediante la exposición y confrontación de razonamientos y argumentaciones contrarios entre sí. Es más, creo que, si en ese afán hubiera tenido freno, especialmente el de emergencia, habría publicado más que lo que en efecto publicó en materia de filosofía educativa, currículo, incluyendo el rol de las electivas, desarrollo profesoral, educación permanente y formación docente, como ha reseñado en su semblanza la doctora Tapia.
Ya en otra ocasión, ante muchos de ustedes, me he adherido a la recomendación de Clark Kerr, el cuasi mitológico primer rector de la Universidad de California en Berkeley, quien postulaba que (cito) «El rector se convierte en el mediador central entre los valores del pasado, las perspectivas del futuro y las realidades del presente».
Pretendiendo esa medición, quisiera unos minutos para referirme a unas lecciones que entiendo el universitario de Miguel nos brinda a todos nosotros hoy, aquí y ahora.
La primera, en correspondencia a lo antes comentado, es la de su capacidad para estudiar, documentarse, bibliotecar, no importa fuera decano, coordinador, director, asesor… la posición burocrática o de funcionario que tuviera. ¿Cuántos de nosotros lo hacemos hoy, como parte de la práctica regular y cotidiana de la condición de académico? ¿Cuántos nos excusamos en las responsabilidades directivas, algunas tediosas, ciertamente, para explicarnos a nosotros mismos que no tenemos tiempo -o que no hacemos tiempo? En mejores casos, ¿Cuántos de nosotros nos limitamos a mucho o no tanto en la actualización técnica o disciplinar, que no sustituye por los temas de filosofía educativa, diseño y desarrollo curricular, enfoques y metodologías de enseñanza-aprendizaje, organización universitaria y, así, los temas y capítulos de ese objeto de estudio y escenario de trabajo que son las universidades? Me aterra recordar a Marshall McLuhan con su paradójica afirmación “No sé quién descubrió el agua, pero seguramente no fue un pez”.
La segunda lección que creo que Jose Agustín nos brinda es la de su cuasi-obsesión por el currículo: cómo diseñarlo, cómo integrarlo, qué rol y qué espacio debe tener la formación general, los fundamentos científicos, humanísticos e instrumentales, cuánto de general y cuánto de especialización, y tantas otras cuestiones inevitables y recurrentes en todo el delicado negocio de la educación superior. Sentenciaba Frank Rhodes, el paradigmático rector de Cornell University: “el mayor privilegio que un académico puede tener es el de diseñar y apoyar un currículo”.
El profesor de Miguel disfrutó -y por nuestra última conversación, sigue disfrutando- de ese privilegio. ¿Cuántos de nosotros, rector, vicerrectores, decanos, directores, coordinadores, profesores de hoy, disfrutamos también de ese privilegio?
Una tercera lección -puede que haya más, pero me limito a estas tres- es la de la sana y metódica insatisfacción intelectual para seguir indagando, contemplar las distintas facetas o aristas del tema o problema, los pros y los contras, las distintas perspectivas y enfoques en su evolución y en su estatus presente, su tratamiento discursivo, es decir, argumentativo… y paro aquí para no llegar a la hipérbole. ¿Con las prisas de hoy, nos limitamos a lo que satisface en lugar de lo que optimiza, para apelar a ese contraste o continuum en los procesos de toma de decisiones según estableció James March?
Gracias profesor de Miguel por sus cuatro décadas dedicadas a INTEC en cuerpo y alma. Gracias mi primer decano, cuando me incorporé a INTEC, allá por el año 1983, por tu dirección, tu orientación y tu trato. Gracias director de Miguel por tu énfasis en el desarrollo profesoral desde los tiempos de los ´doce apóstoles´.
Gracias asesor de Miguel por tus aportes en planeamiento, en acreditación, en pedagogía universitaria, cuando muchos de esos términos eran casi neologismos en el quehacer universitario dominicano.
Pero, sobre todo, gracias, profundas y sentidas gracias por las lecciones que has dejado y de las cuales me he referido a las de estudioso, la de curriculista y la de insatisfecho intelectualmente, que practicaste con tu don de polemista instigador de debates siempre prometedores de mejores enfoques y posiciones.
Y más que nada, hoy, ahora y aquí, gracias por permitirnos tenerte como emérito y que el INTEC se honre al reconocerte esa condición.
¡Felicitaciones profesor emérito José Agustín de Miguel y López!
Doy gracias a la vida por poder disfrutar de este momento.
¡Felicitaciones INTEC por tus eméritos!