Entrega de Medalla al Mérito Académico Doctor José Tola Pasquel a la Doctora Altagracia López
Con mucho placer, asumo el reto de resumir a unas pocas palabras el perfil de la Dra. Altagracia Lopez, en ocasión de este reconocimiento que con gesto generoso CINDA le está otorgando. Por varias décadas, nuestra galardonada ha sido una fuente de luz en el panorama educativo dominicano, en la triple condición de maestra, investigadora y líder académica. Por consiguiente, tengo por delante una tarea delicada, que si bien me brinda el honor de expresar mi admiración por una amiga, me genera el sentimiento de que mis palabras no podrían hacer plena justicia a los variados matices de una vida ejemplar.
Comenzaré destacando que, a diferencia de la mayoría de nosotros, doña Altagracia no inició su experiencia docente en la relativa comodidad y prestigio de la catedra universitaria, sino en las condiciones difíciles, a veces deplorables, del trabajo en las escuelas primarias de nuestro país. Es probable que esa dilatada trayectoria, que le obligó a tratar desde las necesidades afectivas de un niño hasta las demandas intelectuales de un joven, sea la clave que explique el hablar pausado, el oír atento y el mirar penetrante que encontramos en ella.
Como investigadora, doña Altagracia ha dedicado gran parte de su interés al entendimiento de la realidad educativa dominicana. Si me permiten destacar algunas contribuciones específicas, haré referencia a sus estudios recientes sobre la dinámica de la deserción, repitencia y eficiencia de la titulación en las universidades dominicanas, que constituyen hoy el aporte de mayor autoridad sobre ese importante tema y la base para el diseño de políticas educativas. Y es bueno señalar que muchos de esos trabajos, realizados desde el Centro de Innovación en Educación Superior creado por doña Altagracia, han contado con el aporte o el auspicio de CINDA.
Como líder, doña Altagracia aportó por mucho tiempo su experiencia como miembro del Consejo Nacional de Educación, del Consejo Nacional de Educación Superior, del Consejo Consultivo de la Sociedad Civil para el Gabinete Social y del Consejo de la Asociación Dominicana para el Autoestudio y la Acreditación. Sin embargo, el espacio donde su liderazgo ha ejercido una mayor influencia es sin dudas en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), donde por varios periodos se desempeñó como vicerrectora académica y donde ejerció la Rectoria en el periodo 2002-2005. Esto último le concede el mérito, que ojalá no lo fuera, de ser la única mujer que ha ocupado esa posición en nuestra historia institucional.
Durante el periodo rectoral de doña Altagracia, el INTEC enfrentó la necesidad de iniciar una adaptación a las complejas transformaciones por las que atraviesa la educación superior en todo el mundo, y particularmente en los países iberoamericanos, y se adoptaron decisiones de las cuales los rectores posteriores nos sentimos herederos. Pero las demandas de la rectoria no agotaron las fuerzas de nuestra galardonada, por lo que a ella no puede aplicarse la frase sarcástica, pero algunas veces realista, de que la principal ocupación de los pasados rectores es hablar de las cosas que hicieron cuando eran rectores.
Por el contrario, doña Altagracia tiene una vida activa en distintos frentes. Como asesora del ministerio, ha brindado su sabiduría a la Comisión Nacional de Evaluación Quinquenal de las universidades dominicanas, y actualmente es Presidenta del Consejo Superior del Colegio de las Américas. Participa también del Consejo Superior del Programa Alianza por la Educación de Microsoft y es socia de la organización Mujeres en Desarrollo (MUDE). En adición, realiza una bella labor social voluntaria como Presidente de la Fundación Sembradores de Esperanzas, que trabaja con niños desnutridos y personas envejecientes en condiciones de pobreza.
Esos méritos serían suficientes para justificar mi admiración por la vida y la obra de la Dra. Lopez. No obstante, quiero concluir destacando otras virtudes sin las cuales sus méritos puramente académicos tal vez no tendrían total sentido. Quienes la conocemos, encontramos en doña Altagracia una personalidad serena y equilibrada, cuya capacidad de juicio la convierte en una pieza deseable en la formación de cualquier equipo de trabajo. En el marco de una discusión, sus reproches no vienen a través de palabras hirientes ni golpes en la mesa, sino en formas mucho más sutiles y eficaces, tales como expresivos silencios, ojos arqueados o pupilas dilatadas -tres instrumentos característicos que doña Altagracia aplica según su grado de desacuerdo con lo planteado por su interlocutor. Por último, quiero que conste formalmente en Acta que doña Altagracia es una entusiasta bailadora de merengue, cosa que ustedes podrán comprobar cuando realicemos de nuevo la reunión de la Junta Directiva en Santo Domingo.
En suma, este reconocimiento es un motivo de alegría para quienes vemos en la galardonada un ejemplo de vida a seguir, y por otra parte, no deja de llamar mi atención el hecho de que en el selecto grupo de figuras que han recibido este prestigioso premio se encuentran ahora dos pasados rectores del INTEC, lo que de algún modo convierte este momento en una muestra del aprecio de CINDA por la vocación colaborativa de nuestra comunidad.